Resumen:
A los guayaquileños, otrora altivos, dinámicos y emprendedores, se nos había quitado el derecho a soñar. Sujetados a una dura campaña de vilipendio, de aherrojamiento, de degradación, se nos había quitado el derecho a decidir nuestro propio destino, frenando nuestro desarrollo con las más pueriles excusas y condenándonos a pedir permiso hasta para alzar el dedo. Ciertas facetas de aquella campaña se disimulaban bajo criterios seudo-técnicos: la institucionalización, la creación de nuevos polos de desarrollo, el reordenamiento fiscal, la Reforma Agraria, y mil sandeces más. El resultado es que más fuerza para resolver (o crear) problemas a Guayaquil tenía un burócrata de segunda categoría en Quito que el Alcalde. Simbólico de la pérdida de autoridad de éste resultó la sacada de la leva y la imposición de la guayabera. Cualquier funcionario que venía de Quito andaba mejor vestido que él.